
Todo comienza como un pequeño capricho, una necedad por solucionar un problema que nosotros nos hemos creado. Las decisiones crean contracorriente, turbulencias.
El mono cree. Sentado en la punta de un enorme árbol lejos de toda preocupación, el pequeño mono observa la selva tranquila y cree. Todas esas plantas y animales mezclados uniformemente, bailando movidos por una fuerza ajena, toda aquella unidad le crean un hoyo negro en el pecho que succiona y presiona. Él se siente diferente, y más que eso, él se siente extraño, fuera de lugar, solitario. Cree que de tanto creer, se ha quedado solo, y ahora cree con más fuerza que nunca, que puede recuperarlo todo.
lo que el mono no sabe allá arriba en su árbol, es que las cosas van y vienen hasta que dejan de venir, y es entonces que uno debe bajar y caminar un rato, mojarse las patas y las manos de lodo, comer algo de hiervas y tirar la panza al sol mientras una espina se clava en tu espalda, tirarse un pedo y esperar la cachetada, echar una buena caca y, si su consistencia lo permite, tomarla y darle una buena calada antes de dejarla y seguir adelante.
El mono abre los ojos y trata inútilmente de ver el suelo bajo la maleza, la tierra firme bajo sus pies. Únicamente siente el vaivén del aire que lo acurruca e incita a quedarse, a gozar de la estable inestabilidad de creer en un pequeño mono igual a él mismo, que baja y va y viene, un pequeño mono que sería otro diferente de no ser por el movimiento en la panza que indica la necesidad de una buena caca, de que es tiempo de hacer algo.